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miércoles, 1 de junio de 2011

Pisadas de un errante caminar: Capitulo 1

Pisadas de un errante caminar
Capitulo 1/parte 2
A
 medida que avanzábamos por la penumbra de las calles, le fui preguntando cosas sobre su pasado, su presente y sus planes futuros, siempre dejando de lado los acontecimientos de esa noche. Aún no estaba lista para hablar de ello y creo que él tampoco se sentía con muchos ánimos de dar una explicación "razonable". Así que, haciéndole un favor tanto a él como a mí, deje vagar la conversación en líneas terrenales.
Pero a pesar de su tono natural al hablar, sus constantes sonrisas, y sus chistes. No dejaba de pensar que sus palabras no decían completamente la verdad. Sus ojos lo delataban. Ellos emitían una verdad muy diferente de la que sus labios planteaban. Y yo iba a descubrirlo muy pronto.
Llegamos hasta la esquina que daba a mi casa, en donde un farol, inclinado y oxidado por las pasadas primaveras, alumbraba un viejo edificio rojo oscuro, erigido al finalizar la segunda Guerra Mundial. Sus paredes rajadas, daban a conocer el proceder de sus años y la calamidad de tormentas que tuvo que soportar.
Me acompaño hasta la entrada.
—Aquí nos despedimos—anuncio. Y pude distinguir amargura en sus palabras, las cuales planteaban el mismo sentimiento que en mí se expandía.
—Pero nos volveremos a ver ¿verdad?
Él no respondió inmediatamente y eso me asusto.
—No creo que sea buena idea—dijo, mientras el frió viento otoñal jugaba con sus castaños cabellos.
Mi corazón dio un vuelco, mientras sentía el picaporte temblar. No, no era el picaporte era yo, era mi cuerpo.
Una leve sonrisa surcó su rostro, mientras ladeaba la cabeza y un pequeño murmullo sus labios despedían. Murmullo que no llegue a oír.
Comenzó a alejarse de mí.
—Oye, ¿por qué dijiste que no era buena idea que nos volviéramos a ver? —mi voz se quebró en las últimas palabras.
Detuvo sus pasos, no giro a verme, solo extendió su brazo en señal de despedida.
—Adiós señorita Wells.
Su voz se detuvo en el tiempo, y contemple su cuerpo desaparecer en las sombras, ser uno con las tinieblas.
Deje mi mochila colgada en una de las sillas de comedor, y me dirigí al refrigerador. En el encontré un vaso cargado de una sustancia espesa, color blanco, el cual llevaba mi nombre impreso.
Sin muchas vueltas lo bebí completamente y me encamine hacia mi habitación.
Caminando cautelosamente, me adentre en mi habitación, y luego de haber programado la hora en mi despertador, me dispuse a cerrar los ojos, descansar y dejar volar unas horas mi cuerpo y mente.
Desperté inquieta y asustada, sintiendo en mi cuerpo las sensaciones percibidas la noche anterior. El aun se negaba a reconocer que todo había pasado, que ahora simplemente formaban parte de mis recuerdos... de unos siniestros recuerdos.
Me quede largo tiempo sentada en la cama, recuperando el aire, serenando mi alma, recordando los sucesos pasados, sus palabras, risas y su voz.
El me había dicho que vivía en uno de esos lujosos hoteles de la ciudad, llamado (creo) "Amerian". No tenia hermanos y sus padres habían muerto cuando él era muy pequeño, por lo que había crecido al cuidado de su abuelo en un pequeño poblado de Alemania.
Se mantenía trabajando tres veces por semana, en una empresa estatal de informática. No se quejaba, era una ocupación digna y tranquila, pero a veces demasiado corriente. Le pregunte si esa era la razón por la que últimamente había estado asesinando obras monumentales. El no me respondió, pero a juzgar por su actitud, le había disgustado mi comentario.
La noche anterior no había logrado descubrir nada interesante, o mejor dicho, fuera de lo normal.
Me intrigaba saber ¿por qué llevaba esas marcas extrañas en el cuerpo?, ¿qué había sido aquello que nos había atacado?, y luego de mi desvanecimiento ¿qué aconteció?
Me levante. El timbre del reloj volvió a sonar, anunciando las siete y cuarto de la mañana.
Iba a llegar tarde, nuevamente, pero no me importaba, mi mente estaba demasiado lejos para atraerla a mi lado otra vez.
Me vestí tranquila, sin apresurarme, suceso por el cual sentía, cada tanto, golpes en la puerta exigiendo mi salida
Baje a desayunar. Unas simples masitas con una taza de café bastarían. La señora Morris, dueña del edificio y mi segunda madre, me esperaba escaleras abajo, con los mismos sermones de siempre, acerca de la seguridad, mi proceder y, por supuesto, las calificaciones del colegio. Me despedí de ella con mil promesas, asegurándole que tendría cuidado y regresaría para la cena.
Era un día nublado, como el anterior. La llovizna lenta, silenciosa, acompañaba mis pasos dejándome la grata sensación de lo familiar. Después de todo desde muy pequeña me había gustado la lluvia. Correr bajo ella, sentir la suavidad de sus gotas en mi piel, aunque, claro, eso más tarde significase estar días enteros en cama, no me importaba. La señora Morris y mi papa lo sabían, pero a pesar de eso seguían asombrándose. Más de una vez estuve en el hospital por mis travesuras. Nunca olvidaré sus rostros detrás de los vidrios de la puerta, mientras me inyectaban suero o me colocaban el respirador. Mi padre siempre se asustaba demás.
—Al —hablo una voz familiar a mis espaldas. Gire.
Chanel, mi única y mejor amiga, se abalanzó sobre mí, mojando mi campera con su piloto amarillo chillón.
Sus ojos brillaban como dos chispas en la nubosidad del día. Su cabello corto y lacio, se apegaba aun más a su rostro redondeado, mientras sus labios sonreían alocadamente. Por lo visto tenía mucho de qué hablar.
Comenzamos a andar lentamente, esquivando los pequeños charcos de agua, y alejándonos de los bordes de la vereda, por seguridad, después de todo no queríamos acabar empapadas por el simple roce de una camioneta Chevrolet.
Chanel bailaba y cantaba bajo la lluvia, mientras me observaba de reojo, asegurándose que le estuviese prestando atención. Me comunico la fecha para su próxima obra a representar en la iglesia. Porque si algo tenemos que aclarar, es que a Chanel le fascinaba el mundo de la actuación y el canto.
—Ah, Eduard caminó—comento, como si fuese algo común, como cuando hablábamos del clima o las subas de precios.
Me quede inmóvil un instante, procesando palabra por palabra lo que había dicho.
"Eduard caminó"... "¡Eduard caminó!".
— ¡Eso es fantástico! —la abrace con fuerza.
—Si lo sé, si tan solo lo hubieras visto—algunas lágrimas rodearon sus mejillas y no pude evitar no emular su acción. Era algo maravilloso, un milagro.
Eduard era el hermano más pequeño de Chanel, que había nacido prematuro y con una diversidad de problemas, pero que poco a poco y a través de los años se iban solucionando. Su ultimo reto era el de poder caminar. Y luego de innumerables secciones y ejercicios rutinarios lo había logrado.
Mi querida compañera sollozaba en mis brazos. Le abrace con fuerza una vez más y la separe de mí.
—Se veía tan lindo—hablo en voz baja, mientras hundía su rostro en el pañuelo, intentando calmar sus lágrimas. Coloque una mano sobre su hombro.
—Estoy segura de que sí.
La jale hacia mí y tome su brazo.
—Ahora cuéntame. ¿Cómo fue?
Una radiante sonrisa recorrió su pálido semblante
Me mantuve cerca de ella, escuchando todos los detalles sobre los primeros pasos de Eduard. Este pequeño niño de tres años y seis meses de edad, era una hermosura, y mi sobrino adoptivo. Su apariencia era muy similar a la de Chanel con la única diferencia que tenia los cabellos obscuros, con respecto a lo demás, eran iguales, rostro redondeado, piel pálida, nariz pequeña, labios afinados y ojos grandes.
Llegamos tarde al instituto, como siempre, nos disculpamos con el profesor y tomamos nuestros lugares habituales en el ala izquierda del salón junto a la ventana. Las horas pasaron volando, cuando nos dimos cuenta eran las una de la tarde y nos hallábamos almorzando en las mesas del patio posterior del instituto.
El clima no mostraba cambios ni intenciones de hacerlo. Los árboles bailoteaban junto al viento, despojándose de sus antiguas vestimentas. El invierno se adelantaría este año.
No muy lejos divisamos a la pandilla de las Duspaquier. Todas altas, flacas y muertas de frió. Junto a ellas se encontraban los fornidos integrantes del grupo de básquetbol y algunos de mi clase. Hablaban de lo de siempre, la estética, el partido y de algún otro considerado tonto o raro (en mi caso lo segundo) para su elite.
Sus risas resonaban en todo el espacio, anunciando su superioridad.
Clave mi vista en Verónica, la líder de "las puro huesos", nombre atribuido por Chanel y consentido por mí. Ella me observo tras sus largas pestañas negras, exhibiendo una venenosa sonrisa en su rostro, delicado y perfecto.
Hizo un gesto a sus amigos y se giraron a observarnos. Chanel se ocultó bajo su bolso café, por vergüenza o cobardía, era un acto habitual en ella.
Verónica avanzó, acompañada por sus dos feroces guardianes, John Efrén a su derecha, llevaba un suéter rojo arremangado y unos jeans negro, haciendo juego con sus cabellos, cubiertos hasta el último milímetro con gel. Y a su izquierda caminaba, Tomás Blindfold, con pasos engreídos y una sonrisa de perro ganador. Este, a diferencia de su amigo, llevaba el traje del equipo. Su aspecto cansado, daba a entender que hacía poco habían terminado los entrenamientos, lo que significaba que John no había asistido.
Sus enormes sombras nos encubrieron. Espere paciente, todo indicaba que ellos comenzaban.
—He oído que unas cuantas ratas han estado husmeando nuestro territorio—Verónica rió maliciosamente— ¿Tu no? ¿John?, ¿Tomás?
Tomas lanzo un bufido y John río desaforadamente.
—Y creo que una de ellas se llamaba—John se detuvo y observo a su amigo— ¿cómo era Tomas...? ¿Wells? La loca Wells. —se burlo. Su aliado le sonrío de oreja a oreja con la complicidad marcada en su rostro.
La emperatriz, que hasta ese momento no había intervenido decidió bajar del trono y unirse a las descomunales risas de sus súbditos.
—Y la otra... la junta bolsas—La reina sin corona amplio su sonrisa y con un tono burlón agrego — ¡OH!, me pregunto quién estará detrás de quien, ¿si la loca o la harapienta?
Eso fue la gota que colmo el vaso. Sin palabras ni gestos, me levante y roseé a su bendita majestad en jugo de manzana. Su espeso cabello rubio quedó cubierto de una sustancia rojiza y pegajosa.
Le mire a los ojos satisfecha.
Ella gritó, zapateo, mientras sus fieles sirvientes volaban a su alrededor, intentando solucionar semejante problema ocasionado por una "loca" como yo.
Se fue maldiciéndome, mientras miles de miradas asesinas me querían ahorcar por atormentar a su jefa.
Fingí no escuchar nada, me senté de nuevo en mi sitio y seguí devorando mi sándwich. Chanel estaba boquiabierta, con la mirada aun perdida en la distancia.
Luego de unos instantes recupero la compostura, y me observo con unos ojos llenos de reproche.
—No me mires así—cuestione—ellos empezaron.
Balanceo la cabeza.
—Al, solo has ganado una semana de retención—me mordí el labio inferior. Tenía razón, pero que importaba, estaba harta de ser siempre la tolerante, la bolsa de juguete con el que ellos se divertían. Alguna vez los roles deberían cambiar.
—Y eso que más da, —me encogí de hombros—de igual forma no tengo nada que hacer esta tarde. No voy a morirme por unas horas más de instituto.
Parecía que iba decirme algo, pero se mantuvo callada.
Oí un largo suspiro por su parte y observe como sus ojos se perdían en el cielo por décima vez en lo que llevábamos del día.
—Me pregunto cuándo acabaran estos días.
Y sabía que no solo se refería al tiempo.
—Muy pronto... o al menos eso esperó.
Ella asintió y algo más animada volvió a entablar la conversación:
— ¿Qué vas a seguir después del instituto? —me pregunto mientras jugaba con la pajilla de su latita de gaseosa.
—Aún no estoy segura—tome el pequeño potecito de gelatina color amarillo. — ¿Qué vas a seguir tú?
Chanel sonrió y un pequeño rayo de luz surcó sus ojos, pero pronto fin halló en la inmensidad de sus ojos topacios.
—Sabes que no podré seguir—dio vuelta su latita y la oprimió entre sus manos.
—Pero...
—No, es imposible—se levantó y tiro la antigua lata de Coca-Cola, ahora achatada, en el basurero.
Yo la seguí con la mirada.
— ¿Cómo estás tan segura? —interrogue—No puedes predecir el futuro.
Una vaga sonrisa surcó sus labios.
—Pero puedo acertar en el criterio de que los milagros no existen.
Un sentimiento de dolor y rabia recorrió mis venas. Me levante de golpe, y di varios golpes en la mesa.
—Sabes que esas son mentiras.
Ella levantó el rostro.
—Tú me cuestionas, pero tampoco puedes probarlo.
Negué.
—No se trata de mí, sino de ti —la observe y en sus ojos vi el significado que ocultaban sus palabras—Estás diciendo algo falso incluso para tu mente y alma. —Comencé a juntar mis cosas. —Y eso, mi querida amiga, hace más daño de lo que cualquier puñal podría causar sobre la piel desnuda del hombre.
Mis ojos castaños se clavaron en los de ella, fríos y neutros. No iba a ceder.
— ¿Cómo lo sabes? —pregunto y esa pregunta me tomo por sorpresa. ¡Aun lo preguntaba!
Desvié mi mirada, dando a entender que no seguiría su juego.
— ¡Alma Elizabeth Wells!—Pronuncio mi nombre con todas las fuerzas de su alma—Contéstame, y no me salgas con la misma tontería de que me conoces. Porque sabes—sus ojos profirieron un brillo extraño—las personas cambian todos los días, razón por el cual el ser humano es considerado el ser más injusto y egoísta de todas las criaturas... por sus diferentes caras.
—O mascaras— la interrumpí.
Sus ojos me fulminaron.
—Es lo mismo-salto a la defensiva.
—No, no lo es -la corregí-mascaras puedes tener miles, pero caras, solo una.
—Hay personas que tienen doble cara.
Negué nuevamente.
—No las hay—rasque mi barbilla, mientras levantaba mi rostro al cielo. —Solo hay aquellas que se adhieren tanto al creador del personaje que parece que no estuvieran ahí, pero en realidad—baje mi vista y la contemple —si están.
Fui observada por sus ojos, mientras me movía de un lado a otro, juntando los papeles de la mesa.
—Aún no me has respondido.
Entrecerré los ojos, pidiendo compasión.
—Es simple Chanel—tome mi mochila, y camine hacia ella—aparte de que te conozco de toda la vida y de que eres mi mejor amiga, no necesitaría nada de eso para saber si mientes o no.
— ¿A no? —arrugo la frente confundida.
—No niña ingenua—sonreí—tus ojos me lo dirían.
La sorpresa invadió sus facciones.
El timbre resonó en todo el establecimiento.
—Y ahora es mejor que nos vayamos o llegaremos tarde "nuevamente".
Chanel me dedico una de sus más cálidas sonrisas y comenzamos nuestro trayecto a las aulas del colegio, más animadas y firmas que antes.
—Recuerden el trabajo de mañana—nos dijo el profesor mientras salíamos del curso. —Señorita Wells—me dedico una mirada severa—la espero en dirección.
Asentí.
Chanel me acompaño y quedo esperándome en el pasillo, mientras el profesor y yo hablábamos en la oficina del director, en compañía del mismo.
El señor Willson, era un hombre mayor de aspecto saludable y mucho carisma. Llevaba puesto un esmoquin a cuadros color gris-azulado. Sus cabellos indomables estaban atravesados por una estrecha franja central, sus cejas apenas pobladas se alzaban de vez en cuando, mientras sus pequeños ojos negros paseaban por mi rostro buscando respuestas.
Luego de casi media hora de charlas sin sentido, me dejaron en libertad.
—La veré mañana señorita Wells.
Sonreí, con la típica sonrisa que empleaba cuando no estaba de acuerdo o simplemente no me podía rehusar.
Mi mejor amiga se acercó a mí, dejando danzar sus finos cabellos rojizos, dirigiéndome una mirada llena de intriga y preocupación.
El profesor alzó el rostro.
—Señorita Borthon.
—Buenas tardes, profesor.
EL hombre de unos cuarenta y dos años, parado junto a mi lado, frunció el ceño.
— ¿No es muy tarde para que aun siga aquí?
Chanel palideció.
—Sabe que esto le traerá grandes consecuencias.
La voz neutra y fría del profesor provocó una ola de sensaciones en el cuerpo de mi amiga, que permaneció inerte. Digamos que ella estaba más acostumbrada a seguir las reglas que yo.
Nuestro colegio guardaba en su interior un gran número de obras y aparatos costosos,  por esta razón estaba estrictamente prohibido el vagar por los pasillos en horas fuera de lo habitual, a excepción de que tengas un pase o una buena excusa para que no te retengan los diferentes delegados ubicados en todo el lugar.
Un silencio incomodo se formó entre nosotros, conté hasta cinco y decidí interrumpir.
—Ella está conmigo.
Analice el rostro del sujeto que se encontraba a mi frente.
—No hay necesidad de hacer nada— dije en un tono tranquilizador —si a alguien deben culpar es a mí, yo le pedí que esperara.
Se quedo pensándolo por unos instantes, lanzándonos una ojeada a Chanel y a mí.
—Está bien pueden retirarse.
Ambas suspiramos, y exhalamos toda la presión contenida.
Comenzamos a caminar.
—Ah, señorita Borthon—giramos—recuerde que debe retirarse antes de las siete de la tarde—los ojos felinos de aquel hombre brillaron, bajo la voluminosa capa obscura de sus cabellos—si no quiere tener graves problemas.
Chanel asintió, y a mí me pareció distinguir otro significado en sus palabras. Con un suave movimiento, dio media vuelta y desapareció en los pasillos de la derecha.
— ¿Qué raro?
—Si es verdad, —Chanel abrió grande los ojos—da miedo.
Me eche a reír.
— ¡Oye! —Mi amiga me dio un codazo—Si vas a reírte, comparte el chisme conmigo.
—Lo siento, lo siento—me disculpe.
Ella inhaló aire y continúo hablando.
—Y bien ¿qué te han puesto como castigo por haberle aventado jugo a su "señoría"?
Sonreí ante la última palabra.
—El mismo castigo que siempre me imponen cada vez que rompo una regla.
—"Limpiar el laboratorio y todas las aulas de sector izquierdo"—dijimos las dos al enésimo
con aire desganado y sin prisa.
Nos reímos y nuestras carcajadas resonaron en todo el ambiente vacío.
Como el profesor había predicho, Chanel solo pudo quedarse conmigo hasta las siete de la tarde, se despidió de mí, lamentándose una y otra vez por no poder acompañarme más tiempo. Yo le sonreí, le dije que todo estaría bien, pero que solo pasara por mi casa y comunicara mi situación, para que no se preocuparan.
Otra vez no cumpliría mi promesa, llegaría tarde a cenar.
— ¿Vas a venir a mi casa luego de cenar? —preguntó, mientras se acomodaba uno de sus mechones rebeldes dentro de la vincha.
Asentí.
—Allí estaré así que es mejor que pongas candado al refrigerador.
—No hay problema. —dijo entre risa y risa. Y luego con aire heroico levanto un brazo y anunció —todo sea por el bien de la humanidad.
—O el de tu familia.
—Bueno por algo se empieza ¿no?
Estalle en carcajadas y ella me siguió.
La luna plácida se desplazaba entre las nubes, dejando ver su luz de vez en cuando. Me dirigí al sótano del colegio para guardar los productos de limpieza, las escobas y lampazos que había utilizado. El silencio de aquella habitación me tomo por sorpresa - como he dicho anteriormente no me gusta el silencio-.
Era un lugar oscuro, alumbrado apenas por la tenue luz nocturna que ingresaba por la ventana. Estaba cubierto de polvo y telarañas, como se notaba que hacía tiempo que no lo limpiaban.
En un remoto rincón había un armario. Seguramente allí se guardaban todas las cosas.
Avance haciendo espacio entre el millón de cachivaches que se guardaban ahí.
Estuve tan cerca, a solo unos mililitros de agarrar el picaporte y tirar la puerta, cuando un sonido a mis espaldas despertó todos mis sentidos. Di media vuelta, no de una forma acelerada, como cuando uno se asusta, sino de una forma lenta.
Recorrí el lugar a obscuras y desee tener una linterna de bolsillo, de esas que siempre llevan los exploradores, pero no podía porque me encontraba en el colegio, y no en un bosque persiguiendo osos grises.
Respire varias veces calmando las palpitaciones de mi joven corazón. Volví a mi labor. Estiré mi mano para abrir la puerta del armario, una nube de polvo me cubrió.
Carraspee.
Ubique el detergente en la parte superior, mientras a los costados deje descansar los escobillones y el lampazo.
"Crack"
No imagine ese sonido. Gire, pero esta vez con más pánico que la vez anterior.
Un bulto se movía en la oscuridad. Trague saliva.
"Hay no, hay no que no sea eso"-pensé mientras me acercaba despacio.
Una vez que estuve a una distancia prudente, tire el trapo con todas mis fuerzas dejando ver lo que se encontraba debajo.
Trastabille.

“¿Qué era esa cosa?”

Una extraña criatura me observaba. Sus ojos diminutos brillaban de gozo, mientras exponía su lengua puntiaguda, relamiéndose.
¿Cómo? No era tan grande cuando me acerque, y ahora sin embargo me llegaba hasta la cintura.
Caminaba erguido, cada vez más cerca de mí.
Quería gritar, pero no podía, mi garganta estaba seca, aprisionada por una fuerza que desconocía. Un leve escalofrío atravesó todo mi cuerpo.
Tenía que hacer algo ¿pero qué?
Agarre un barrote tirado del suelo, parecía haber pertenecido a una puerta o una ventana. Era delgado y largo, pero lo bastante fuerte para no romperse en el primer intento.
El ente que se encontraba en mi frente, inclino la cabeza, mientras sus ojos rojos, estudiaban juguetones lo que tenía entre mis manos. Y por alguna razón me pareció ver antes aquella expresión. Aquel resplandor en los ojos.
—No te servirá—su voz heló cada vena de mi cuerpo. Retrocedí un paso. — ¡O vamos no me temas!, acércate, acércate—me llamo la bestia infernal—No te haré daño - una sonrisa inocente cruzó sus labios. Giro en dirección a la puerta cerrada mi única salida y esperanza de escapar. Me observo —Tu lo que quieres es irte y yo no me opondré, puedes hacerlo—parecía honesto — lo único que yo desee es "alimentarme". —Mi corazón se detuvo ante la mención de aquella palabra. —No te haré daño.
Trague saliva. Era mi turno de hablar, lo observe dudosa.
— ¿Lo prometes?
— ¡Claro que sí! —exclamo lleno de alegría-lo prometo.
Extendió su mano, y quedo en el aire varios minutos hasta que decidí agarrarla.
Su mano negra como la misma noche se ciñeron a través de la mía arrastrándome junto a él. Intente evitarlo, trabe mis pies en el suelo, pero todo fue imposible, él parecía un agujero negro, con una fuerza imponente... y yo era su presa.
—Dijiste que no me harías daño— le recordé, con la voz sin aire.
Lanzo una carcajada, repleta de perversidad y blasfemia.
—Y tú me has creído, niña estúpida, —su aliento pegajoso se estampó contra mi cara—no sabes que los demonios no hacemos tratos... y menos con "humanos". —escupió la última palabra.
Me sentí ofendida, y pensé en gritarle un gran número de palabras que seguramente, jamás oyó en su vida. Pero este no era el momento, ni las condiciones para hacerlo.
—Hueles delicioso
Su aliento se expandió desde mi cuello hasta la última vértebra de mi columna.
Tenia que hacer algo. Pero ¿qué? ¡Qué por Dios!
Y cuando mi mundo se obscureció, y pareció perder sentido, algo pasó.
La puerta se abrió, y dejo entrar luz. La luz que tanto necesitaba. Un rostro familiar se acercó. Sus pasos sonaron firmes sobre los escalones y me observaron desde esa distancia.
Estaba agachada con el alma perdida, temblando de miedo.
— ¿Señorita Wells?
Se acerco a mí. La bestia se había esfumado.
— ¿Ésta usted bien?
Levante el rostro, y distinguí unos ojos claros a través de los anteojos.
Coloco su mano en mi hombro.
Y fue algo sorprendente porque mi alma de pronto volvió, y mi cuerpo recuperó la calma, deje de temblar y de sentir frío. Ahora solo me envolvía un soplo de paz y calidez.
Él me ayudo a ponerme de pie, no me pregunto nada, y eso me tranquilizo, no quería hablar, no quería decir nada todavía.
Antes de salir dio varias extrañas miradas al lugar, que en ese momento no percibí.
Una vez afuera, y con mi mochila al hombro, decidí hablar.
—Muchas gracias profesor. —agradecí no tartamudear en aquel momento. —No sé que me sucedió allá abajo.
Él se limitó a observarme, sin decir nada, a través de sus profundos ojos cielo, como si estuviera analizando mi alma y la verdad de mis palabras.
Luego de un momento de silencio hablo.
—No tiene importancia, solo tenga cuidado la próxima vez.
Asentí.
—Muchas gracias igualmente.
Su rostro serio, por un momento se disipó dejando ver una leve sonrisa.
—Regrese a casa...de seguro están muy preocupados.
Le dedique una sonrisa, me di media vuelta y comencé a caminar en dirección al portón de salida del colegio. Sentí sus ojos en mí, pero a pesar de que varias veces gire a mirar, no encontré nada, de seguro era por la oscuridad.
O al menos, eso creí.
Llegue a mi casa hecha una nube de aire. Me dedique a hablar poco y no comer nada. El delicioso estofado quedo tal cual me lo dieron al servir la cena, al lado de un vaso a medio llenar de jugo de naranja. Me moví como un sonámbulo todo el tiempo, mi alma había decidido viajar sin mi consentimiento.

1 comentario:

Jònia Ionia Anatòlia dijo...

Ese profesor creo k sabe algo más de lo que nos hace creer jjeje me gustó! :D
Muchos besotess

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